¿Cuál sería el Producto Geográfico Bruto de Chile si
todos trabajaran en lo que más les gusta y en lo que mejor capacitados están?
¿No sería realmente un país maravilloso para vivir? Un país donde las personas
podrían realizarse profesionalmente, y aportar al engrandecimiento de la
sociedad en la que viven dando lo mejor de sí mismos.
Veo la cara escéptica de tantos… “¡imposible! Eso es
un sueño sin ninguna posibilidad de llegar ni de cerca de ser realidad”. Me
recuerda la frase de uno de los discursos de Robert F. Kennedy (aunque creo que
es original de Bernard Shaw): “hay personas que ven las cosas como son y
preguntan ¿por qué? Yo veo las cosas que nunca fueron y pregunto ¿por qué no?”
¿Qué hay detrás de mi propuesta imposible? Información
y procesos. La herramienta para ayudar a conseguirlo son las Tecnologías de la
Información y Comunicaciones (TIC). La forma de conseguirlo es, en primer
lugar, proponiéndolo como política de Estado. Que ninguneen los pesimistas de
siempre. Que digan frases sarcásticas los agoreros promotores de la mediocridad
como forma de ser país. Me da igual. Este espacio es para soñar, y promover
esos sueños para que se hagan realidad. Un país sin sueños que perseguir es un
país acabado, plano, sin destino. Así pues, lo escribo, lo propongo, lo
promuevo: conseguir que cada chilena, cada chileno, esté trabajando en aquello
que más le gusta y para lo que tiene más capacidad.
En segundo lugar, teniendo el coraje de cambiar todo
lo que se necesite cambiar - y es mucho – para conseguir el objetivo. Las TIC
son una herramienta, no una varita mágica. Son necesarias, pero no suficientes.
Pero la voluntad política por sí misma, sin las TIC, queda en eso solamente: en
voluntad. No en realizaciones. No van a ser los recursos naturales en los que
somos más competitivos los que nos van a llevar al desarrollo. Son los recursos
humanos los que hacen la diferencia (¡y siempre lo han sido!). El mayor
despilfarro de recursos en Chile lo constituyen los talentos con los que las
chilenas y chilenos nacen y que nunca tienen oportunidad de desarrollarse. Eso
es medible en dinero. No sé cuánto es, pero me queda claro que es mucho, mucho
dinero. Creación de valor y riqueza que no sale a luz simplemente porque no hay
lugar para la persona correcta en el momento correcto en el lugar correcto.
¿Qué hay detrás de esas coordenadas? ¡Información! De habilidades más que de
logros, de talentos más que de curriculums.
Necesitamos readecuar totalmente nuestro sistema
educativo para que sea capaz de recoger el gran reto: desarrollar la persona
que hay detrás de cada chilena, de cada chileno. Necesitamos readecuar nuestra
política de empleo para que sea capaz de recoger el gran reto. Cambiar el
modelo contractual basado en “presencia en puesto de trabajo” por un modelo basado
en aplicación de talentos. El teletrabajo debe ser la forma normal de trabajar,
allí donde se pueda. Necesitamos trabajar en redes donde se pueda. Armar
equipos. Estimular la mente. Cambiar la mentalidad de “funcionario”, público o
privado por una mentalidad emprendedora para todas y todos.
Creo en un Estado impulsor de la persona. No creo en
un Estado manejador de la persona, ni en un Estado paternalista. Creo en que
las personas son, en general, buenas y con buenas intenciones, y que éstas se
proyectan si tienen los estímulos correctos. Creo en un Estado propulsor de
estímulos correctos más que de “gran hermano” controlador de que nadie haga
nada malo. ¿Cómo se lleva a cabo todo esto?
Trabajando en equipo con mentalidad abierta,
dispuestos a creer que se puede hacer, que es el primer paso para conseguir
hacer. En cuanto al detalle de cómo hacerlo… bueno, esto es un artículo de
opinión, no un Tratado. Las TIC que están detrás son archiconocidas. Lo
innovador sería la forma de usarlas. Bases de datos. Plataformas colaborativas.
Sistemas de Workflow. Datos sobre la persona, que la acompañan desde que
comienza su educación, orientadas a que pueda conocer y potenciar sus
habilidades y preferencias.
El gran paradigma de las TIC es que permiten tratar masivamente a cada uno como si fuera único. Y eso supone que ha llegado la hora de defunción a las políticas de homogeneidad (que por lo general aplanan para abajo) y ha llegado la hora a las políticas de singularidad. Todos somos semejantes, pero todos somos singulares. Y en desarrollar esa singularidad está el secreto a tener una nación más competitiva, más productiva… y más feliz.
Los norteamericanos pusieron hace más de 200 años en su Declaración de Independencia que es una verdad autoevidente el derecho de las personas a la búsqueda de la felicidad[1]. Es mi opinión que parte esencial de esa felicidad es tener la oportunidad de emplear las habilidades con las que el Creador ha dotado a cada persona, y que al hacerlo de esa forma la Nación entera optimiza su capacidad de bienestar. Porque nos crearon “ut operaretur”, para trabajar. Y es de sentido común (una verdad autoevidente, como diría la Declaración de Independencia de Estados Unidos) que si se trabaja en aquello que naturalmente se es más hábil y más gusta, se conseguirá una mayor satisfacción personal y un mayor bienestar general. Invito a todos quienes tienen el bien de las personas de este país en el corazón a sumarse a “ver lo que nunca fue y decir ¿por qué no?”